sábado

cuando postura 69


cantaba eso de “en el metro de madrid, me gusta follar, por eso soy metro-sexual…”, a lo mejor se refería a lo que pasa(¿ba?) a ciertas horas en el último vagón de la línea verde, y a lo mejor no. en cualquier caso, es verdad que el metro se presta mucho, no sé si tanto para el folleteo como, por lo menos, para el ligoteo. al contrario que en cualquier guagua, los asientos reparten el espacio de manera que el cruce de miradas resulta inevitable. en la guagua, lo normal es que los asientos apunten en la dirección de la marcha, como en un coche. el coche es una prolongación de la casa, el hogar, la unidad familiar, y por eso en la guagua, que no es más que un coche grande, aburre ese aire de familia improvisada con su pater famili, el chófer, incluído. el metro no tiene nada que ver. porque es, más bien, la extensión subterránea de la ciudad y de sus calles. los asientos son como bancos en una plaza. cuando no están pegados por los laterales, dejan a tanta gente mirando en un sentido como en el contrario. el paisaje humano se vuelve interactivo. la gente se levanta, se sienta, se redistribuye en cada parada. está por hacer la estadística de las parejas (los encuentros ocasionales reventarían cualquier estadística) que se forman por día en los vagones del metro. pero a lo que iba. lo que más me inquieta del insólito tranvía que están acabando de injertar en esta isla, a mí que ni vivo muy cerca, ni tengo que aguantar directamente el descontrol de las obras, que no conduzco y que ni siquiera cotizo para la hacienda pública, es justamente su carácter híbrido, ese no saber del todo todavía si la guagua sobre raíles se parecerá, y en qué sí y en qué no, más a un metro o a una guagua. claro está que me temo lo peor. sobre todo después de ver que, más que preinaugurarla, han bautizado a la criatura.